viernes, 31 de julio de 2009

Rito y Retorno

Se anuncia. Al barrer las viejas costras

del árbol nuevo

incipiente creación misteriosa:

el brote del germen siendo

a llamadas no funestas, sí con bríos

con la explosión aliciente

con la argo-luna creciente

y el sueño tras bajo velo.

Melancolía infame el encierro,

fugaz, permanente, inicuo

caudal de fuego artificio

pasos de un solo juego.

Se anuncia, y ya se acerca

se acerca sola:

amparo simple es su sosiego.

Viajera andante en recurrente andamio

son sus prisas directriz del pensamiento.

Y en el Karma omnisciente y siempre etéreo

fustiga con pandemias circulares

arremolina en inicios ya rituales

una vez más caídas en desierto.

Cae la noche y va sembrando

en el maíz entrañable

en la cornisa inviable

en desvanes sempiternos

paisajes solitarios y gestantes matrices

engendrantes matrices de humo gris y desconsuelo.

Sigue recorriendo, andante de las noches,

los espacios vacíos de tu imperio.

Gran monarca de los árboles del bosque

van barriendo costras viejas vientos nuevos.

Y hay direcciones vejadas...

son fortuna del destino: el desconcierto.

Va brotando como en génesis parcial

nuevamente el desarraigo de lo presto.

Es, se anuncia llamativa

la llegada de este embrión...

el enunciado embrionario de un regreso.

Se siente hasta tanto embrionaria la expresión

del retorno de la vida, de la vida en viro eterno.

jueves, 30 de julio de 2009

Transmutación

Transmutación

Existió desde siempre. Se asomó por fin a concretar lo planeado

después de lidiar con eternas magnitudes efímeras, instantáneas,

sin límites ni tiempo.

Desde el vientre del universo, la creación nació, trayendo

a la vida hasta entonces esotérica y espiritual

como un sentir tangible y dinámico con estímulos y tiempo,

y que reaccionaba plena de variaciones y deseos, de sobresaltos

y de esencia perdurable: el Hombre y su ser.

Existir, ése era ya el punto concreto.

La indivisibilidad entre los hombres y el afecto

los indujo a no vivir en soledad.

Entonces, como aislados no podrían nunca amar,

por el propio amor se unieron entre sí,

y se fundaron en una idea irrebatible por surgir

y surgieron y forjaron con esfuerzo la Unidad.

Pueblos fuertes, gente nueva con creatividad y lucha,

fue la que paulatinamente, mediante el orden progresaba;

la justicia divina se rebelaba ajena

a las múltiples opciones que las culturas brindaban,

y que fueron ocupando y enclavando en cuerpo y mente,

los emblemas y las leyes, y los valores del alma.

Y una estrella mágica, de pronto, a lo lejos

brilló deslumbrando a cuanto pudo y quiso.

Y esa misma luz que traía regocijo,

a velocidad mediana se comenzó a transformar:

su luz blanca y brillante había opacado los caminos,

la fe de los hombres se esfumaba y se perdía

el pueblo heterogéneo demostraba rebeldía...

la unidad de ese pueblo amenazaba con quebrar.

Y entonces cayó, como piedra al vacío

la verdad irrefutable, la oscuridad siniestra;

se cambiaron los nombres, se hablaron otras lenguas

y los hijos de todos fueron iguales a nadie:

categorías y razas en una sociedad nueva

se mezclaron verazmente, enrareciendo el aire.

Se cambió también el rumbo de un continente sereno,

pues los sueños y los rezos apuntaron a otros lados

más lejos que la línea horizontal del mar cercano

más allá de donde brotaba la fantasía,

la realidad de ayer entonces nacía:

Pachamama era ahora “el Continente Americano”.

Y se enraizaron al pleno sentir desprevenido

la evolución y el progreso, la dinámica y el cambio,

otra historia a crear, otros juegos inventados,

otros hechos que sublimes, parecían cuentos de hadas

quedando por siempre en la gente, el idioma que hermanaba

y que la tierra incorporó disponiéndola en sus cantos.

Y gimiendo como un leño al crepitar ardiente

sonriendo con la imagen de la esperanza al llegar

se irguió delante del mundo una tierra diferente

la fusión de nueva gente, la vital fuerza de andar...

Sucedió así la historia de un nuevo continente

del que América es su nombre: su reseña, libertad.