martes, 18 de agosto de 2009

La Espera

Un sillón de tres plazas que está junto a la pared.
Almohadones de encuentro en desorden extático.
Y sus finas capas de tela de entramados
con los bordes rasgados...

El sillón de tres plazas que permanece indemne
y chalecos de cuero respaldando su aplomo
inmutables cordones aseguran la guarda
enclavando su talla, abrigando el reposo.

Y solo voces solas llaman, salientes postreras
de la luz de la sala, del intacto recinto.
Son los cuadros del arte, de los tantos matices
que la grima del iris escudriña sin tino.

Y una marca de apego, una risa, el resabio
de enclíticas miradas... la garganta inquietante.
Una lucha en un muelle contra vientos tranquilos
y en la estera de pinos, la explanada brillante.

Retiemblan gruesos labios de alfalfa y de musgo
y el garrote –tenue látigo- azota bravío;
motín en las tranqueras –la manada salvaje-
y los fuelles azotando airosos molinos.

Diestras manos deciden, sin lujuria ni encono.
Diestras manos que arriendan aire henchido de bramidos.
En los círculos de doma las criaturas empolvadas
agitando agobiantes sales, vértigo y casquijos.

En el centro de la sala, estancadas las huertas.
A través de la sala, los andares esquivos.
Y una espera calma, no arremete ni intriga.
Es inercia, es fatiga... es espera y es tanta...

Y el reloj no se para. Es que tras las cortinas
esas voces que llaman, su certera premura...
y los ojos clavados como en tenue vigía
de una sala vacía, y un sillón, y pinturas.